EL MESTRE FELIP
Y el 29 de ese mismo agosto, Filiberto Rodrigo entregaba su alma a Dios, lejos de su hogar y sin que tuviera el consuelo de dar el ultimo adiós a sus compañeros y familiares. Cuatro días escasos habían bastado para cortar de raíz aquella afanosa vida, precisamente en el momento mas culminante de sus triunfos. Su mágica batuta había enmudecido para siempre. La vida es una cadena de luto y de funerales que nos oprime siempre y no se rompe nunca. Cada uno de nosotros somos un eslabón de esa cadena misteriosa. Los que vivimos no tenemos mas que el minuto presente; el que le sigue es de Dios. No es difícil imaginar el estupor que en los ánimos de todos los profesores de EL EMPASTRE se produciría al recibir la triste noticia del fallecimiento de su admirado director y querido compañero cuando se disponían a salir de Tarazona ese mismo día 29, ya que rabiase suspendido en dicha ciudad el espectáculo a causa de un a aparatosa tormenta. Nunca se calibra la justa y autentica valía de un hombre, sino cuando muere. En aquellos instantes supremos de dolor, la genial figura del Mestre Felip se agigantaba extraordinariamente ante los ojos de los músicos catarrojenses. Ellos habían sido testigos de todos los afanes, de todos los desvelos y sacrificios de su querido director. Sin el, quizá la Banda hubiera fracasado en sus mismos comienzos. Su entusiasmo y su aliento fueron siempre llama viva que empujaba a todos hacia la conquista del triunfo y de la fama. Pero, sobre todo, y como admiraban entonces aquella personalidad excepcional, con su arte y maestría propios, inconfundibles, y aquella facundia y gracejo y simpatía que se escapaban por todos los poros de su ser con una naturalidad tan admirable que entusiasmaba a todas las gentes! Y, abatida por el peso del dolor, doblemente intenso por lo súbito e imprevisto, la gran familia de EL EMPASTRE iniciaba su viaje camino de la capital de España para rendir su ultimo homenaje al maestro, al amigo, al hermano muerto. Siempre sera verdad aquello de que sentimos la muerte de un amigo como la nuestra propia. Es algo que se desprende de nosotros; un mundo de recuerdos de la infancia, de intimidades familiares, de sentimientos comunes que desaparecen. Alguien ha dicho, con sentido eminentemente filosófico, que la muerte de nuestros amigos no se cuenta desde el instante en que mueren, sino desde aquel en que dejamos de vivir con ellos...”
La triste noticia de la muerte de Filiberto Rodrigo se extendió rápidamente por toda la población catarrojense. La villa entera de Catarroja, sin distinción de clases ni idearios, acudió a recibir los despojos de aquel preclaro hijo que tantos días de gloria la ofrendara paseando con orgullo su nombre por todos los pueblos de España, instalándose la capilla ardiente en los locales de la Sociedad Musical “La Filarmónica”, de la que era directivo. Al día siguiente, por la mañana, último de agosto, celebrábase el acto, siempre imponente, del entierro, que constituyo una manifestación masiva de dolor y de afecto hacia el gran artista catarrojense; no solamente por parte de sus propios paisanos, sino también de nutridas representaciones de distintas ciudades y de destacadas personalidades, entre las que figuraba el capellán del Hospicio de Zaragoza. Cuando ya en el cementerio se recito el último responsorio y era llevado el féretro al lugar de la sepultura, uno de los compañeros no pudo contener el desahogo de su corazón dolorido, musitando casi entre labios, en medio de aquel silencio impresionante, esta sentida expresión que era todo un panegírico:
—Adiós, Felip. Encara que te quedes açí, tu continuaras siguent, com tu has segut sempre, L'anima i la vida de EL EMPASTRE...
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