PEPICO ALMARCHE
JUAN BAUTISTA VILAR ALFONSO
Las noches veraniegas de mediados de agosto de 1915 sorprendían a Pepico, el Maño, y a su cuadrilla de amigos dando serenatas en la calle del Peix del barrio de les Barraques de Catarroja.
Aquellas serenatas en las que, entre bromas y risas, se pasaba de una canción a otra y que en una ocasión hicieron exclamar a Antonio Gil, el de Escolástica, «açò és un empastre!» sin sospechar que estaba bautizando a la banda comicoartística más famosa del mundo.
Pero, ¿quién era Pepico, el Maño?
Pepico, el Maño, era hermano de mi abuela Modesta y tío y padrino de mi madre Carmen, la ríos. Había nacido en 1892, se casó con su novia de siempre, Consuelo, y tuvieron tres hijos: Pepito, Consuelo y Juanito.
Su vida fue El Empastre. Primero, durante veinte años, fue trompeta de la banda; después, a partir del 12 de febrero de 1942, y durante veintitrés años, apoderado.
Era un hombre fantasioso, alegre, autodidacta en una época en la que el analfabetismo predominaba en los barrios pobres, casi todos, de Catarroja. Pero era sobre todo una persona honrada y muy formal. Me contó que en cierta ocasión viajó a Barcelona para firmar un contrato importantísimo para El Empastre. Nada menos que con don Pedro Balañá, todopoderoso empresario titular de todas las plazas de toros de Barcelona y de la mayoría de teatros y cines de la ciudad condal. La cita se había fijado para las diez de la mañana. A las diez y cinco don Pedro Balañá ni había aparecido ni se sabía nada de él. Pepico, el Maño, recogió su abrigo y su sombrero y se marchó. Al día siguiente, don Pedro Balañá llamó por teléfono al hotel de don José Almarche, se disculpó y quedaron de nuevo para reunirse, como así sucedió.
Su esposa, la tía Consuelo, fue una de las mejores personas que he conocido. A pesar de las desgracias familiares –se les murieron sus tres hijos– y de los frecuentes y a veces largos viajes de su marido, nunca tuvo una sola palabra de reproche. Durante los días de soledad, visitaba frecuentemente a la familia, especialmente a mi abuela Modesta.
Cuando actuaban en la plaza de toros de Valencia, Pepico, el Maño, a veces venía a casa con entradas. Estas veladas musicales nocturnas en la plaza de toros han sido inolvidables para mí. Mi madre llevaba los bocadillos de lomo con tomate, fruta y una limonada y cenábamos mis padres y yo en la grada de la plaza de toros que estaba a rebosar. Luego, el perfecto comienzo del espectáculo con las luces apagadas, la banda inmóvil con sus uniformes de levita verde, pantalón blanco y sombrero blanco de paja. Iniciaba los acordes de Pepita Greus y cuando se marcaba el pasacalle se encendían las luces y comenzaban a desfilar.
Pepico Almarche tenía una biblioteca fantástica. Ediciones antiquísimas de El Quijote, El Buscón Don Pablo, El Lazarillo de Tormes y muchas más, casi todas de los clásicos españoles. También tenía una máquina de escribir con la que aprendí. Me hacía ir a su casa y me enseñaba, haciendo especial hincapié en que pulsase cada letra con su asignado dedo correspondiente.
Mi tía Consuelo falleció el 19 de octubre de 1962. Lo sentí mucho. Mi tío se quedó solo y se fue a vivir con mi abuela Modesta y mis tíos Miguela y Bienvenido. Se llevó con él sus efectos personales entre los que se encontraba una pequeña lápida que mandó que le construyeran con su nombre, apellidos y fecha de nacimiento, dejando en blanco la fecha de su fallecimiento que obviamente entonces desconocía. Esta lápida no es la que guarda su tumba y la de su primera mujer Consuelo. No sé cuál fue su destino.
Al fallecer mi abuela el 15 de mayo de 1970 volvió a su casa, conoció a una buena mujer y se volvió a casar. Su mujer lo cuidó hasta el final de su vida a mediados de los años setenta.
Vivió bien. Visitó todo América del Sur y algunos estados de América del Norte, varios países de África y de Europa. Conservo un buen catálogo de sus fotos en el canal de Panamá, Cali, Bogotá, Caracas. Y murió. Descanse en paz. Le aprecié muchísimo. Para mí fue una parte importante de mi familia, una parte muy querida y notoria.
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José Almarche. Fotografia de J. Bautista Vilar Alfonso. |
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