EL EMPASTRE QUE NUNCA SE VIO


FRANCISCA CLAVEROL GALÁN


      Me sentí muy contenta y feliz por haber nacido en una casa donde siempre había música. Música era la que mi abuelo Jaime Claverol Gaspar junto a su hermano José María y los hijos de Jaime creaban a diario haciendo sonar los palos que usaban para hacer colchones por las casas que les buscaban. Con los palos sacudían la lana y llevaban el ritmo al sacudirla.
    Mi abuelo, su hermano y mi tío mayor Jaime tocaban tabal y dulzaina, tanto en las procesiones como en los pasacalles. Mi tío Antonio fue con El Empastre tocando el bombo hasta llegar a director de la banda, la cual abandonó para seguir estudiando dirección y composición, entre otras cosas. Mi padre, Juan José Claverol Puchalt 4-8-1915… ¿qué podría contar de mi padre que no sonara a lo orgullosa que me siento de él?
   Al principio, cuando pequeña, los recuerdos de sus viajes son vagos, me criaba viéndole ir y venir. Como anécdota, os diré que cuando llegaba de viaje, me iba corriendo a su cama y le pedía, como casi todos los niños, que me contara un cuento y me los contaba hasta que se quedaba dormido. O cuando venía y yo le preguntaba donde estaba mi regalo y me decía: «Me lo he dejado en el autobús».
   Después, los años pasaban y veías la realidad de sus viajes, de tantos y tantos kilómetros que recorrían para llevar su alegría con su música y los pequeños monumentos que creaban en cada actuación: «El sombrero», «Las sombrillas con sus serpentinas», «El abanico» y para mí el favorito: «La Giralda».
   Los músicos de la antigua banda que actualmente siguen vivos saben de aquellos números, como ellos les llamaban, y que suponía mucho esfuerzo y muchos bultos a la hora de preparar los viajes.
    Todo, o casi todo, iba metido en grandes canastos de rafia, que cuidadosamente se colocaban al final del autobús y que, para que cupiesen mejor, quitaban asientos.
     Los trajes con los que actuaban también se colocaban según el programa de actuación.
Terminadas las actuaciones y cuando volvían a Catarroja, cada uno se llevaba su ropa a casa para limpiarla y preparara para el próximo viaje.
    Los demás no sé (supongo que también), pero mi padre tenía quita y pon de la ropa blanca, es decir, el chaleco, cuello y puños blancos que usaban para el frac verde, emblema de la banda.
   Su sombrero de canotier a lo Maurice Chevaliere, con el lazo verde, se renovaba de temporada en temporada o, si surgía el viaje a América, se hacían todos nuevos, al igual que la pajarita roja y la flor del ojal.
    Recuerdo inolvidable para mí fue la primera vez que, junto a la hija de Antonio Moreno (el platillero natural de Massanassa), fuimos a Barcelona. Para nosotras fue toda una experiencia fantástica. Recuerdo que hablando se nos pasó casi todo el viaje. Al llegar a la ciudad, mientras los compañeros bajaban todos los bultos para empezar a preparar la actuación, nos llevaron a ver todo lo posible y, como el tío Toni tenía allí unos amigos, nos llevaron arriba, al Tibidabo.

Palmira 1954. Pascual, tuba de Almussafes; Catalá, percusión de Massanassa; 
Eugenio Raga Chiquitín, trompeta de Catarroja y Juan J. Claverol, saxo de Catarroja.

  Cuántos viajes así recuerdo. Si eran cercanos, iba algunas veces, así es como aprendí a ver El Empastre con otros ojos, el de la banda que nadie veía, el del cansancio de horas de autobús, el del montaje y desmontaje de las actuaciones. El movimiento de los cestos que habían cargado con sus cachivaches. Mi padre siempre se llevaba un almohadón y un albornoz, que servía más para taparse que para secarse.
   Recuerdo, siendo ya una muchacha, que mi padre venía cuando era temporada de verano con la lista de las actuaciones para el presente mes. Me dejaba una copia para seguir su recorrido.
   Me servía para estar preparada porque su llegada significaba tener a punto rápidamente la ropa, sobre todo cuando salían para varios días y no tenían tiempo de pasar por Catarroja.     
   Si pasaban, llegaban, dejaban la ropa usada y cargaban nuevamente lo limpio para volverse a marchar. Cuando mi padre no estaba en casa, mi tío Antonio, don Antonio Claverol, era el que ejercía del cuidado y administrador nuestro. ¡Quién mejor que mi tío nos iba a cuidar!
   Dispongo de grandes recuerdos y anécdotas de los ensayos. La banda ensayaba dos veces por semana. Primero, en un piso del Camí Real, del que se cambiaron dado lo difícil que era por aquel entonces parar un autobús para su carga y descarga.
    Después ya se cambiaron a la casa que utilizaban hasta su desaparición.

J. J. Claverol con el torero cómicoMario Vivó. 
Fotografía de Juan Gisbert, Barila.



    La asistencia a los ensayos era obligatoria y en caso de no asistir, a no ser que fuera por una causa muy justificada, se les multaba con una cantidad fijada por la Junta. Y supongo que serviría para renovar trajes, utensilios o mobiliario.
    Los asientos en el autobús se asignaban por sorteo; iban cogiendo un número de una bolsita al subir al autobús. Mi padre, al estar enfermo, no participaba del sorteo, tenía asiento fijo para que descansara ya que durante la actuación nunca permanecía quieto, a pesar de que su respiración no era lo buena que habría querido que fuera.
    Con suerte, si las actuaciones eran en plazas de toros, tenían donde cambiarse de ropa, pero si era en un pueblo, los responsables les indicaban donde se podían cambiar. 


Plaza de toros de Valencia, 4 de mayo de 1968. Claverol caracterizado,
el primero de la derecha. Fotografía de Francisco Tarazona Martí.

    Recuerdo que en la feria de San Juan y en la de San Pedro, en Barcelona principalmente, llegaban a actuar dos veces en la misma noche, primero en una plaza de toros y, a continuación, en la otra.
    Ahora que veo que las han cerrado me da mucha tristeza puesto que allí nuestra banda era muy bien recibida.
    En alguna ocasión desde allí embarcaban a Palma de Mallorca y volvían a Barcelona o a Valencia, según seguía la ruta.
    Os contaré una anécdota relacionada con esto: mi padre me llamó para decirme desde Palma que le llevara la ropa limpia a la plaza de toros de Valencia, porque actuaban allí y volvían a salir sin pasar por casa. Me dio las instrucciones y así lo hice.

Plaza de toros de Santamaría de Bogotá. Temporada 1970-1971.
 En hombros, como los grandes toreros.

    A la hora que mi padre me dijo, me fui a Valencia, cargada con su ropa. Al llegar a la plaza de toros, pregunté si la banda ya había llegado –porque llegarían con el autobús– y allí haríamos el cambio. Llegué a la puerta y me acerqué a un señor del interior de la plaza, supuse que trabajaba allí dado que llevaba una gorra como los que estaban allí.
    Dada mi juventud y el parecido con mi padre el señor me preguntó:
     –¿Es usted hija del «pequeño» de la banda?
     «Sí», le contesté con el apuro que para mí suponía. El buen hombre me respondió:
     –Pase y espérelo aquí dentro. Ahí fuera no está bien, aquí estará mejor y más segura.
     Allí les esperé hasta su llegada. Recuerdo que le di la ropa y me volví, ya que como no venían a casa no me quedé a verles actuar para no volver sola y tarde.

 
Ninots de Artesania de J. Gisbert, el mestre
Albertet y Claverol.

    Cuando la salida era por la tarde noche, quizás después del ensayo, íbamos mi padre y yo a la Academia y yo le llevaba todas sus cosas porque él llegó un momento que se fatigaba mucho.
    Os podría contar cosas de su enfermedad, lo mismo que harían sus compañeros que todavía viven, pero mejor lo obviaré porque sería duro para mí. También hay mucho que contar.
    Mi padre dejó El Empastre después de problemas de salud, porque si por él hubiera sido, como todo artista, habría muerto en el ruedo en este caso.
    De El Empastre, después de mi padre, hay mucho que desconozco, por no decir todo, dado que cualquier cosa relacionada con ello me causaba una gran pena. Mi padre ingresó en la banda, cuando solo contaba veintiún años.
   Mi primer viaje en barco fue con la banda. Fui de Valencia a Palma y de Palma a Barcelona. Y de Barcelona a Valencia en su autobús.
   Recuerdo que subimos al barco y que, quizás para distraerme por si tenía miedo, el tío Toni, el platillero, un hombre muy familiar para mí, empezó a contar chistes y los compañeros acudían a oírle. Al cabo de un tiempo, se volvió hacia mí y me preguntó: «¿Te has dado cuenta de dónde está Valencia?».
   Me di la vuelta y, cierto, Valencia se hallaba lejos, quedaba a la lejanía mientras él había ido contando sus historias y yo no me había dado cuenta del movimiento del barco. Así estuvimos largo tiempo en la cubierta hasta que cada uno se retiró a descansar.
   Con el paso de los años me doy cuenta del sacrificio que implicaba viajar con mi padre. En este caso era robarle descanso de su tiempo para poder enseñarme Palma. Asimismo, también me di cuenta del gasto que suponía en un tiempo donde, como ahora, nadie iba sobrado de dinero.
   Los acompañé mucho en viajes cortos, rápidos. Y compartí muchas experiencias. No todo era salir al centro del ruedo, formados como ellos sabían y que previamente habían ensayado en el cine Faus, en aquel corral tan grande que los de Catarroja siempre recordaremos. O en el corral del molino de Barriño, en frente de donde ensayaban en el piso de la carretera.
   Descansaban donde y como podían, desde que llegaban al sitio de la actuación y montaban los números del espectáculo, ya fuera sobre capotes de los toreros cómicos –hay que hacerles un hueco en el homenaje a la banda a Don Canuto, El Gran Ricardo, Mario, Rafa el Valenciano y su hermano Juan, y otros cuyos nombres ahora no recuerdo–, ya sea recostados en los bultos y canastos.
   Vivir por y para El Empastre era su consigna. Disfrutaban con lo que hacían.
   Hoy 2 de julio de hace muchos años tomé mi primera comunión. Nada raro para una niña de pocos años. Pero sí lo era, si no fuera porque era un jueves normal, no era Corpus, no era la Ascensión, días en los que los demás niños y niñas que habían hecho la catequesis la habían tomado.
   La tomé un jueves y no al azar. Mi padre no tenía ningún día de fiesta libre. Sus continuos viajes se lo impedían. Así que se habló con don José Serra, el cura de San Miguel, se le explicó el problema y quedó resuelto.
   Yo tomaría la comunión el día 2 de julio. Se preparó todo para mi gran día. En mis recuerdos queda que para ir a la iglesia vino la banda El Empastre y me acompañaron tocando sus pasacalles para la ocasión. Recuerdo enfilar por la calle Nueva a buscar la calle de la Iglesia, mientras las mujeres miraban curiosas qué pasaba para tanto algarabía. A la salida de mi gran momento, volvimos a buscar la casa de mi abuela en la calle del Maestro Serrano (carrer Llarg) donde previamente se había preparado un refrigerio para todos los invitados y como no, la banda.
   Mi hermana tuvo más suerte y la tomó el día de la Ascensión, pero iba entre dos bandas de música; sí, dos. Delante iban todos los niños y l’Artesana. A continuación iba ella en exclusiva acompañada por la banda El Empastre.
   Hasta que falleció mi padre, el 6 de noviembre de 1985, todo giró alrededor de, por y para la banda. Seguro que me quedan anécdotas que contar por omisión y otras por olvido.
   Esta es la banda que yo viví, igual o parecida a la de otros hijos e hijas de sus componentes.




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