DESDE BARCELONA

VICTOR JUAN


    En el programa de fiestas de la Virgen del Pilar del año 2008, hice un pequeño artículo, que lo denominé «Nuestras calles» y concretamente la del Empastre, por estar dedicada a la única banda cómica, taurina y musical que ha existido en el mundo. Puede que al leer esta afirmación a muchos les suene exagerada, pero los que nos apasiona el arte de la música y recordamos sus actuaciones, sinceramente, nos quedamos cortos con esta expresión.
    A todo esto hay que añadir que se va a cumplir el centenario de su fundación y no puedo resistir la tentación de contarles las vivencias, que a lo largo de mi vida, dejaron huella inolvidable o difícil de olvidar.
    En mayo de 1945, por motivos de salud, tuve que desplazarme a Barcelona, donde residían mis abuelos maternos, con el fin de curar mi dolencia. Eran los años de la postguerra, muy difíciles para las familias y, sobre todo, la separación que suponía dejar a los tuyos. Vivíamos cerca de la plaza de toros La Monumental y por aquella época los domingos siempre había corridas de toros. Era un espectáculo ver el gran trajín de gente esperando poder entrar en el mencionado coso.
    En junio de ese mismo año vino la banda del Empastre con su espectáculo. Yo me enteré de su actuación por mis compañeros de colegio y tanto rogué a mis abuelos que accedieron a mis deseos de asistir a tal evento. Tenía por aquel entonces siete años.
    Quisiera describir el impacto que me causó ver a mis paisanos de Catarroja, en el marco de aquella plaza, con sus cuatro bolas gigantes en sus costados, dando la sensación de una fortaleza árabe con un ruedo tan grande que me dejaron maravillado.
    Me reí mucho con el espectáculo taurino, sobre todo ver al famoso «Cantinflas» Arévalo, con aquellos desplantes y requiebros a la vaquilla que hacían las delicias del público.
    Pero lo más sorprendente fue la salida de los aproximadamente veinte músicos con su director al frente. Era una explosión de colorido: los trajes, los sombreros de paja y la figura del director con levita, solapas de color y aquella batuta plateada tan resplandeciente, cuyos movimientos daban las ordenes, cambiando los acordes de las diferentes melodías.

Momentánea del truco de los martillos en la Monumental de Barcelona, junio 1944.

    Lo que más me impresionó es la emoción que sentí con el numero de las Danzas Guerreras del Príncipe Igor de Borodin, cuando al resonar los timbales en todo su esplendor salían de unos tubos, serpentinas que llenaban el ruedo, dando sensación de una batalla y al final el director caía como fulminado por tanta serpentina. A continuación, los músicos, con unos abanicos al son de campanillas, le abanicaban para que recobrara el sentido. El aplauso y los vítores del público, provocaron ampollas en las manos de los asistentes y por doquier los comentarios eran de una satisfacción admirativa difícil de explicar.
    El Empastre desde aquel día quedo gravado en mi mente y deseo con estas letras testimoniar el más sincero agradecimiento a aquellos hombres que llevaron por tantos lugares del mundo su nombre y el de Catarroja, nuestro pueblo.


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