LA CASA DE LA BANDA



MERCEDES DIEGO FORTEA

   Me han encargado que escriba sobre la banda El Empastre, pues en mi recuerdo todavía perduran algunas pinceladas de lo que hoy es su historia y en concreto sobre el local que utilizaban como academia, ensayo, almacén...
   Hace años vivía junto con mi familia en la casa situada en la avenida de José Antonio número 120, actualmente Camí Real, de Catarroja, entre las calles El Empastre y l’Horta y de cara a unos molinos arroceros situados en la acera de enfrente. La casa, del siglo XVII, fue la primera que se edificó en esta vía i se destinó a un hostal. Era grande, abarcaba lo que se dice dos manos, es decir dos fachadas, con una anchura de 14 o 15 metros, con una planta alta y el sótano para las caballerizas. Usurpada por los franceses durante la Guerra de la Independencia, mis bisabuelos la compraron. Desde entonces, toda mi familia ha vivido allí, junto con mi abuelo, que pasó a ser el nuevo propietario, y mis padres que la heredaron. Adaptada a la tareas agrícolas a las que se dedicaba mi familia, disponía de entrada para carro, corral con la cuadra para los animales y la parte alta, acondicionada y espaciosa, con mucha ventilación y bien iluminada a la que se llegaba de manera independiente por la escalera, situada en un lateral de la vivienda.
   Por aquel entonces, El Empastre había adquirido renombre y popularidad y necesitaba de un buen local para realizar sus academias, prácticas y ensayos, así como disponer de un buen lugar de depósito de los diferentes materiales, artísticos y musicales, y de secretaría y archivo. A finales de 1931 y en la Junta de la Banda celebrada el día 4 de diciembre, el presidente, don Juan Marí Albert, comunicaba a los músicos el resultado de las gestiones llevadas a cabo en la búsqueda de un sitio apropiado. Se había concertado el alquiler de la primera planta del inmueble ubicado en la carretera Real de Madrid señalado con el número 120, la planta alta de mi casa, mediante contrato con sus dueños por valor de 500,5 pesetas anuales.
   A partir de este momento el lugar era un ir y venir de personas. Se reunían, estudiaban, ensayaban dos o tres veces a la semana a excepción de cuando tenían que actuar, que lo hacían todos los días. El vecindario sabía de memoria todas las melodías y canciones que interpretaban de manera original y única, y en las que combinaban lo clásico con lo moderno, popurrís ejecutados con tanta gracia y teatro que no se notaban para nada los cambios que efectuaban al pasar de una pieza a otra. La gente que pasaba se paraba y se sentaba a escuchar en la acera de enfrente, donde estaban los molinos arroceros de Tirapacasa y Barriño. En este último, en el patio del mismo, ejercitaban sus interpretaciones haciendo el desfile y los movimientos correspondientes. Toda una actuación para aquellos que lo podían observar y escuchar. Como incluso para los hombres que llevaba mi padre durante la cosecha del arroz, que venían de Aielo de Malferit, de la Vall d’Albaida, en mayo por la plantà y después, en septiembre para la siega y se quedaban en l’andana que teníamos detrás de casa y comían en casa Escolástica, esquina con la calle del Empastre, que por las tardes, acabada la tarea, se sentaban en la acera y disfrutaban ensimismados.
     El 14 de octubre de 1957, el local de ensayos de la banda tuvo un gran protagonismo. Se había desbordado el barranco de Chiva, eran casi las cuatro de la tarde y la carretera parecía un gran río. A poca distancia de mi casa, el autobús de Picassent se había quedado estancado debido al nivel que había alcanzado el agua que lo inundaba y paralizaba. Los pasajeros, ante la gravedad de la situación y sin alternativa, salieron como pudieron hacia la vaca del vehículo. Una vez allí y desde el balcón del edificio más próximo, un miembro de la familia propietaria del inmueble y que allí se encontraba los auxilió. Se improvisó una especie de rampa con el material que utilizaba el corretger de la planta baja, sirviendo de escalera para que las personas abandonaran el coche y pudiesen salir de la terrible situación. Mi familia y yo lo pudimos ver todo, pues, ante la gravedad del momento, y como el nivel de las aguas alcanzaba 1,85 m, subimos y nos refugiamos en el piso que ocupaba la banda.
    La poca calidad de la foto no nos impide ver el trágico momento por el que pasaron los pasajeros. A la izquierda, el cartel del molino arrocero, lugar de ensayos.
    Años más tarde cambió de local de ensayo y academia y se ubicó en una planta baja de la calle de la Alquería de esta población.

El Camí Real hacia Albal. Barrancada de 1957.







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